Una ilusión en el aire

El vuelo de una cometa se asemeja al transcurrir de la vida. Apenas un fino cordel nos mantiene firmes en el aire y orgullosos de poder volar.
Construiremos cometas y las haremos volar en la playa. Mirando al cielo al amanecer de un día con marea baja y viento favorable. Empezando por la cometa más sencilla. Construirla uno mismo, haciéndola volar y moverse al ritmo que requiera.
Y todas las cometas estarán aquí. Y el día del vuelo también. Y llenaremos la playa de cometas a la hora en la que salga el sol.

Le bon miserable ( Prólogo completo)

Prólogo.- El viejo y sus recuerdos.

23 de septiembre de 2011

El hombre está cabizbajo, sentado al borde de un camastro sin apenas iluminación; la poca que entra lo hace a través de una ventana cuyas contraventanas de madera hacen de filtro entre la luz y la oscuridad. Las piernas abiertas y sus antebrazos apoyados en ellas. La cabeza inclinada mirando con interés y melancolía los papeles que sostiene en sus manos delgadas y resecas. Una lágrima recorre su rostro cuando los recuerdos se adueñan de su pensamiento y la pérdida del tiempo pasado le golpea su mente provocando un estallido de imágenes frías y lejanas. De vez en cuando mueve las manos intentando iluminar una fotografía arrugada con los rayos que se cuelan por la ventana. Está solo en la habitación, la cama está deshecha y el desorden de las sábanas forma un conjunto que armoniza con el resto de la estancia. Los rayos de sol delatan que hace tiempo que nadie se ocupa de adecentar ni al hombre ni al lugar.

Como perdido en el tiempo y en el espacio.


A sus pies una mugrienta bolsa negra de deporte que entreabierta muestra una colección de papeles y fotografías. De allí procede la foto que tiene en sus manos. Un pijama sucio con los bolsillos de la chaqueta desgarrados completa su vestimenta. Su voz rompe la quietud del momento.
-“De joven estuve cazando osos en un país, al norte de... ¿¿¿Vancouver???. Sí, así se llamaba esa ciudad. Jajajajjajaaaaaaa!!!!!!!”
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Cuando el silencio se ha vuelto a adueñar de la habitación el hombre se levanta y acercándose a la ventana intenta ver el exterior. Como si hablase con un amigo inexistente su voz vuelve a llenar el vacío.
-“En ese puerto se cargaron los osos que conseguimos cazar aquella vez. Hacía un frío del demonio...
Actualmente estará muy cambiado. Todos esos edificios en obras se habrán terminado”.

El hombre recuerda haber vuelto a Vancouver muchos años después para descubrir un mundo completamente cambiado al que conoció en su juventud y que, ahora otra vez unos años más tarde, volverá a estar transformado de nuevo.
Ni las ciudades que conoció le acompañan en su camino. Hasta ellas han muerto y renacido varias veces. Elementos con vida propia que crecen, envejecen y renacen a un ritmo endiablado sin tiempo para esperarle.

-“Jajajajaaja. Vancouver, qué recuerdos, jajajajaaa.
Ayyyy!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!”

Un gesto de dolor en el pecho le hace encogerse y permanecer callado. A partir de ahí su voz se confunde con su pensamiento.
Unas gotas de sudor se han formado en su frente y, como si fueran perlas de escarcha, los primeros rayos de sol del amanecer dan un brillo especial a su cabeza.
La fotografía se ha deslizado entre sus dedos y ha caído al suelo. Como una continuación del movimiento sus manos, unidas, se apoyan con firmeza intentando proteger su corazón. De su cara han desaparecido el color y la expresión y, por un momento, sus piernas han perdido apoyo y ha estado a punto de caer.
La eternidad del instante en el que la vida se para. Sólo ese tiempo ha durado su dolor.Una mano se apoya en la ventana y se le nota respirar de manera profunda y lenta como alivio y liberación del dolor que desde hace años le oprime su cansado corazón. Sus pies no se mueven como antaño. No está tan torpe como su edad dictaría pero sus rodillas con el frío del descanso nocturno necesitan calentarse para funcionar. Con dificultado se agacha y rebuscando en la bolsa encuentra una fotografía que le llama la atención. Su voz ha perdido viveza y los recuerdos van ahogando su garganta conforme quieren brotar. Sólo él se escucha cuando habla y hay momentos en los que el pensamiento resuena en la habitación con más fuerza que sus palabras.


-“Después de lo que ocurrió en el puerto de Vancouver tuve que desaparecer un tiempo y me refugié en la Capadocia. No sé si será esta foto de allí, pero el sitio en el que estuve era parecido”
“O tal vez no. Se mezclan los recuerdos como remolinos de agua en mi cabeza y a veces creo que recuerdo cosas que no me han sucedido realmente”
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Es alto y quizás más fuerte de lo que fue jamás.
Por su aspecto se diría que acaba de llegar a la madurez aunque nadie acertaría su edad.
Todos los que lo conocieron han muerto ya.
Solo en la penumbra y viendo el aspecto cansado de su sombra podemos percibir por un instante  la silueta fría, distante y lejana de un anciano.
Se mira en un espejo y hace un gesto de hastío por lo que ve. Apenas cambia nada.

Deja que el agua resbale por la piel brillante de su cabeza y permanece allí sumido en los recuerdos entre las nubes de vapor con que la ducha lo va envolviendo.

El agua ha dejado de caer pero él permanece sobre el plato de la ducha con la cabeza apoyada en la mugrienta mampara. Las manos como ventosas, apoyadas en el cristal, completan el triángulo que lo conecta todavía con la razón.

Al salir de la ducha ha visto otra de las fotografías que ha quedado pegada a la suela de la zapatilla. Se deja ver lo suficiente como para identificarla inmediatamente. No deja espacio a la duda.


-"Dios bendito".
"El balcón de Giulietta.
En ese palacete estuvimos durmiendo un grupo de milicianos en el 45.
¡Qué recuerdos me estáis trayendo!
Voy a tener que dejar este juego. ¡Qué mayor  me estoy haciendo!".

En el mismo tiempo mental surgen sus palabras recordando y su pensamiento, a la vez, maldice el día que recuperó aquel bolsón sucio y pestilente por el paso de los años y el acúmulo de polvo almacenado.

¿Para qué le ha servido la memoria? ¿Para qué tantos años buscando los recuerdos de su vida y guardando la imagen que le conectase con el recuerdo? ¿Para qué le han servido los recuerdos? Tanta vida encerrada en una humilde y envejecida bolsa de deporte que acabará, como todo en la vida acaba, entre un montón de papeles y basuras camino del incinerador que devuelva al universo la esencia de lo que éste le ofreció.

De pronto una sonrisa le ilumina el rostro y le imprime a todo su cuerpo un halo de paz interior y de alegría por vivir que lo convierte en otra persona distinta, más joven y fuerte que lo que aparentaba hasta el momento. Está desnudo y, todavía con algo de humedad en su piel, permanece quieto  mirando por las rendijas de la contraventana. Viendo como el mundo se pone otra vez en marcha. Un mundo que hace años dejó de necesitar su ayuda para andar.
Algunas gotas de agua han ido mezclándose en el suelo con el polvo acumulado y sus pisadas han convertido algunos espacios en soportes de  extraños dibujos abstractos y monocromos.

Sigue mirando por la contraventana y ve como, igual que él ahora lo hace esperando que la calle se llene de viandantes, los soldados alemanes, agazapados tras sus posiciones defensivas, escrutan el horizonte esperando el momento en el que sus objetivos se pongan en el punto de mira de la destrucción y el mar les traiga, a la vez que se cubre de soldados con la muerte dibujada en sus caras, una ola imparable de miedo y de sangre incontrolable.

A esa hora todavía el silencio es dueño de la playa y el murmullo de las olas recita una dulce poesía de amor por la vida.

-"En aquellos años la vida no importaba tanto como ahora".
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"Esta es la foto"
El hombre se ha agachado, todavía desnudo, y ha estado rebuscando en la bolsa. Algunas de esas fotos han salido al exterior y se han manchado al contacto con el agua que ha quedado como un reguero desde la ducha a la ventana.
Sujeta con su mano derecha, ahora, una de las fotos de mayor tamaño. Se le ve erguido con una mano en la cadera, sus piernas están firmes y con los músculos marcados como cogiendo potencia para la acción. Sus glúteos se han contraído también y se notan perfilados y endurecidos. Algunas pequeñas cicatrices se adivinan repartidas por su desnudez.
La otra mano está adelantada y a la altura de sus ojos. Su vista es todavía buena pero el alejar la fotografía le permite envolverla mejor con sus pensamientos. Los músculos de sus brazos se contraen y relajan sin pausa como marcando el ritmo de una canción. Sólo unas viejas zapatillas de hotel, ahora humedecidas, que envuelven sus encallecidos y maltratados pies le conectan con el lado amable de la civilización. Por lo demás, su aspecto al contemplar esa fotografía tiene impreso un punto de salvajismo suicida.

"Parece mentira que aquello fuera real".
Si vives lo suficiente tienes tiempo para saber que las cosas más horrorosas que viviste alcanzan un día en el que para nadie sucedieron y que forman parte, como estas fotografías, del archivo de un viejo almacén de biblioteca en el que día a día van siendo sepultados por toneladas de recuerdos que entran, como ellos, a formar parte del archivo del olvido.

"Sitúate en el punto de mira de la foto. Quédate mirando el horizonte. Mira el mar, intenta sumergirte en sus aguas. Y si no eres capaz de verlo ni sentir la vibración del aire, cierra tus ojos y viaja en el tiempo. Hasta que veas lo que está ocurriendo ahí".
Cuando volvió a Normandía, muchos años después, un vendedor ambulante con la edad suficiente como para haber vivido todo al menos dos veces, se hacía pasar por veterano del desembarco y allí, encima de la duna, de frente al mar, contaba su aventura a quien quisiera escucharle.
A cambio vendía fotografías de las playas del desembarco. En esas fotografías, decía, había captado la imagen de aquel día de junio y encerraba en su interior el espíritu de todos los que dejaron su vida allí en aquella jornada.
Esa era una de esas fotografías.
Ha vuelto a contemplar la imagen y toda la habitación ha quedado en calma de tal manera que hasta el polvo en suspensión se diría pegado al aire. Su cara dibuja una sonrisa y por su mente aparece el recuerdo de Juan Cruz, un hispano procedente de Santa Mónica que sólo se arrugaba ante las olas del mar y que en dos ocasiones le salvó la vida aquel día de junio en los arenales del desembarco. Hicieron juntos aquello y lo de Italia.
"¿Nos ves en el horizonte? Aquello fue una pasada, ¿te acuerdas?"
"Y luego, aquella fiesta salvaje e incontrolable en el palacio de Giulieta. Eso sí que estuvo bien. Sólo por eso ya mereció la pena lo de Omaha"

Ha dejado caer la foto y se ha tumbado en la cama. Su desnudez la da el aire majestuoso de los hombres que nunca descansaron y que sin temor acompañan desde hace años a la muerte en su camino.

Se acaricia el pecho y como en un recorrido topográfico va repasando, una a una, las cicatrices que la vida y las batallas le han dejado en su piel, por que hasta las heridas del alma le dejaron allí su huella grabada.

2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. si de veras quieres saber qué fue de él, asómate y léelo por que aquí conocerás su historia.

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